El fantasma del Vicario by Éric Fouassier

El fantasma del Vicario by Éric Fouassier

autor:Éric Fouassier [Fouassier, Éric]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga, Policial, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-02T00:00:00+00:00


* * *

Un par de horas más tarde, después de que Foutriquet se fuera fresco, en forma y revitalizado, Valentin fue a hablar con Eugénie para asegurarse de que no había visto nada sospechoso durante su ausencia. También recorrió las habitaciones, inspeccionando sobre todo las ventanas y las cerraduras, pero no encontró el menor rastro de allanamiento. Se quedó un poco más tranquilo, aunque seguía planteándose qué había hecho el Vicario bajo su techo. Luego, a última hora de la tarde, una vez recuperado su aspecto, decidió por fin regresar a las oficinas de la calle Jerusalén.

Isidore Lebrac lo esperaba con excelentes noticias. Los días anteriores se dedicó a visitar todos los hoteles y alojamientos de la capital y, por fin, descubrió la dirección actual de Pierre Ouvrard. El antiguo charlatán se alojaba en una pensión de la calle de l’Épée-de-Bois, en uno de los barrios más pobres y siniestros del viejo París. Lebrac fue allí y habló discretamente con la propietaria. Era la viuda de un cabo de policía y no tuvo el menor reparo en contribuir a su investigación. Le explicó que su inquilino se alojaba allí desde octubre de 1830. Lo describió como un solitario, de esos que apenas hablan y nunca reciben visitas. Por otra parte, se ausentaba a menudo, sin dar la menor explicación. Lebrac había confirmado que todas las escapadas correspondían a las visitas regulares de Paul Oblanoff a la familia D’Orval. Esto parecía establecer de una vez por todas la verdadera identidad del misterioso espiritista.

Valentin felicitó calurosamente a su ayudante por ese progreso decisivo y propuso ir cuanto antes allí. Como todos los sábados, Oblanoff debía haber ido a Saint-Cloud. Era la ocasión ideal para llevar a cabo un registro minucioso de su domicilio.

Los dos hombres se subieron a un coche de alquiler para ir a la calle de l’Épée-de-Bois antes del anochecer. En esa parte del distrito doce, las calles eran tan estrechas que los adoquines estaban constantemente húmedos. Los desagües no se limpiaban nunca y desprendían un olor repugnante a cualquier hora del día y en invierno y verano. El musgo crecía a lo largo de las paredes. Las fachadas de los edificios de tres plantas, pintadas de un marrón apagado o de un amarillo descolorido, rezumaban miseria o abandono. Se trataba de uno de esos pozos negros donde nadie elige vivir. Simplemente acabas allí, tras muchas desgracias y tribulaciones.

Como era de esperar, la casa donde se refugiaba Pierre Ouvrard no parecía gran cosa. No había nada que la distinguiera de sus vecinas, aparte de un letrero que rezaba con pomposidad: «Pensión burguesa». Lebrac volvió a saludar a la dueña, que enseguida quedó conquistada por el aspecto de Valentin. Mientras hablaba con ellos, no pudo evitar acariciar con los ojos el apuesto rostro del inspector, y solo apartó la vista para admirar su chaleco de color verdoso con reflejos moaré y la cadena de oro de su reloj. Aceptó de buen grado darles las llaves de repuesto de la habitación de



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